Hay historias que, si no se conocen, son como el árbol que cae en medio del bosque y no se escucha. La de Mama Zawadi es de esas historias de amor que tocan el corazón y que demuestran que hay esperanza más allá de la barbarie y la violencia. El realizador Pablo de la Chica supo de ella y quiso contarla.
Una historia y una promesa
Uganda fue el país que unió los caminos de Pablo y de Mama Zawadi. Una “reunión de expatriados” hizo que Pablo y Lorena e Itsaso se encontrasen y conversaran sobre sus experiencias. La de Lorena e Itsaso está en el Santuario de Rehabilitación de Primates de Lwiro. Un oasis casi escondido en el corazón de África y en medio de una guerra civil. Allí trabajan con primates huérfanos víctimas de cazadores furtivos y del comercio ilegal de mascotas. Los recuperan, los cuidan, los sanan y los devuelven a su medio. Y en todo el proceso está Mama Zawadi. Y su historia, que compartieron en aquel encuentro.
Al saber de ella, una promesa: la de volver y grabar. Sin embargo, hubo que esperar cuatro años -“ataques de guerrilla, ébola, pandemias y otros conflictos”- para llegar. “Pero llegar allí, valió la pena”.
Lo que el equipo de Pablo de la Chica vivió en Lwiro se transmite en MAMA. Y nos contó algo más en Cinéma Verité. Desde ese primer encuentro en Uganda hasta su llegada al Santuario. De ese interés inicial por la historia a la emoción desbordada por esa naturaleza sanadora. De su compromiso con la vida y su forma de narrarla a través el documental.
La llegada al Lwiro
“La energía cambió completamente donde estábamos” cuando Pablo conoció a su protagonista, Mama. Ella los recibió con los brazos abiertos y rompió todas las barreras que parecían insalvables: desde el idioma al drama personal que ha vivido y que se va desgranando en la película.
“Me parecía mágico entender cómo el ser humano y la naturaleza, en algún punto, se unían y se sanaban. No sabía qué era eso exactamente y verlo fue extraordinario”. La naturaleza como terapia es el trabajo directo que Lorena, psicóloga, desarrolla con Mama en el Santuario. “Lorena me habló de cómo el trabajo directo con los chimpancés podía ayudar a mujeres agredidas violentamente. Y funcionaba”. En ambos sentidos.
La naturaleza sanadora
El equipo de rodaje lo vivió en primera persona con Ushiriki, un chimpancé que llegó moribundo y que, cuando marcharon, había sanado. “Era otro. Y todo por el amor de Mama”.
Y todo era verdad: el equipo pudo “robar momentos de intimidad y mágicos” mientras la vida sucedía a su alrededor. Eran pequeños seres observantes entre el trajín cotidiano de biberones y mimos. Un amor y una ternura que trasciende la pantalla con una profundidad narrativa y momentos de gran belleza plástica cuando hay sol. Porque, si la vida de Mama es un claroscuro, la vida en Lwiro la marcan la brillantez del día frente a la tensión de la noche. No olvidemos que se libran batallas alrededor. Y eso, en ausencia de claridad, asusta. Y esos dos tempos narrativos los marca el equipo para trasladarnos esas mismas sensaciones que vivieron.
El documental como compromiso
Pablo de la Chica viene del mundo e la interpretación. . Pero su forma de ver, entender y querer contar el mundo le han llevado a convertirse en realizador de documentales. “Hay algo social implícito en el documental que tengo la necesidad de transmitir”. Observa algo que le llama la atención, lo anota, lo estudia y lo comparte con su productora. Salon Indien Films, un guiño a los Lumiére, con la que tienen el compromiso de realizar, al menos, dos largometrajes al año. “Ahí hay una verdad que hay que mostrar al mundo”. Como en The other kids, ahora en MAMA, nominado a los Premios Goya e incluida en serie de documentales de The New Yorker, o en su próximo proyecto que le llevaba a Ecuador a conocer cómo los niños en exclusión social han tenido que afrontar la pandemia.