Fue el concilio de Nicea, en el siglo IV, el que reguló la celebración de la Pascua de Resurrección. En ese año se establecieron las normas que fijaban la festividad en el calendario. Se celebraría siempre en domingo, una vez al año y sin coincidir con la Pascua Judía. Pero no fue hasta dos siglos después cuando se acordó que la festividad debía ser siempre el primer domingo posterior a la primera luna llena del equinoccio de primavera.
La Iglesia Católica integraba así en su calendario las primitivas fiestas paganas que conmemoraban la llegada de la primavera. Ésta traía consigo un tiempo de renovación y de fertilidad, y representaba demás una nueva vida. Su legado sigue vigente en algunas de las tradiciones que se mantienen en distintos lugares del mundo. En Alemania, por ejemplo, se adornan los árboles con huevos de chocolate, o en Suecia las brujas toman las calles. Sin embargo, es la festividad católica la que mayor seguimiento ha tenido a lo largo de la historia.
El origen de las procesiones
Más de mil años después de que se fijara en el calendario la celebración de la Semana Santa, sería otro concilio, el de Trento, el que promovió e impulsó la salida en procesión de las imágenes en Semana Santa. Es un momento convulso para el cristianismo, tras la reforma protestante de Martín Lutero, que puso en duda los pilares que se habían mantenido inmanentes durante varios siglos. Hablamos de la Contrarreforma, en la que la Iglesia Católica vivió un proceso de renovación espiritual como respuesta a los cuestionamientos y críticas que Lutero había señalado. Para seguir atrayendo y fidelizando al pueblo llano, se impulsaron una serie de acciones que exteriorizaban la fe. Y, entre ellas estaba la de procesionar imágenes: una manera de enseñar al pueblo llano, carente de recursos en aquella época, la fe cristiana.
Heredera de esta vocación por ilustrar al pueblo es la Semana Santa tal y como la conocemos: una conmemoración de la pasión de Cristo. Escenas recogidas en la Biblia, como la entrada a Jerusalén, la celebración de la última cena, o la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret se conmemoran en estos días. Son fechas señaladas en las que la religiosidad popular convive con las citas ineludibles del calendario católico, como el Triduo Pascual, que se conmemora en la tarde del Jueves Santo, con la celebración en la eucaristía de la última cena.
Semana Santa y Pasión de Cristo
En días como hoy, las manifestaciones de religiosidad popular inundan las calles de ciudades como Jerez de la Frontera, que vive una particular noche, la madrugá. La tradición, la memoria y el folclore, recorren las calles a hombros de un pueblo que exhibe con orgullo un legado arraigado en su cultura desde hace siglos. Si nunca lo has vivido, en NoFicción puedes hacerlo desde casa viendo el documental La Madrugá, de Alejandro Cano, que recorre distintos rincones de la ciudad mostrando cómo se viven estas horas.
España está salpicada de tradiciones para conmemorar la muerte de Cristo. Los tambores resuenan desde el medio día del Viernes Santo hasta el medio día del Sábado Santo en Calanda, Teruel. En Girona se baila la danza de la mort, en este caso, a ritmo de timbal, una costumbre que tiene su origen en la Edad Media.
Tradiciones envueltas en misterio
Envueltos en misterio, los empalaos de Valverde de la Vera salen en la noche del Jueves Santo. Es una costumbre que se remonta a tiempos inmemoriales y está directamente relacionada con una penitencia personal.
La preparación de los penitentes es un proceso íntimo que se realiza con mimo y con cuidado. Se comparten emociones en la preparación del ritual que quedan recogidas en la esfera privada de cada uno de los penitentes. Sin embargo, en NoFicción abrimos la puerta al rito con Empalaos, el documental de Iria Sanjurjo que desvela las claves de esta forma de vivir la semana Santa.